Crónica de una muerte anunciada
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¿Podría ser la “crónica de una muerte anunciada” la del Consejo de la Ciudad?
El Consejo de la Ciudad de Zaragoza nació como un instrumento participativo ilusionante. Las principales entidades sociales y económicas de la ciudad teníamos un foro donde planificar la estrategia urbana y los grandes proyectos. Todo lo que allí se dijera era susceptible de contribuir a la toma de decisiones para mejorar la calidad de vida de los zaragozanos.
Así vivimos su nacimiento desde la Unión Vecinal Cesaraugusta, al igual que el resto de instituciones que conformaron el primer Consejo de Ciudad, Alcalde, Consejero/a de Participación Ciudadana, nueve Concejales representando el arco político, nueve miembros de la sociedad Civil, nueve entidades en representación de las instituciones económicas y profesionales, Universidad de Zaragoza y Consejero/a de Medio Ambiente, treinta y una en total, doce en representación municipal y diecinueve el resto, como una magnífica noticia, a pesar de que desde el principio se dejó claro que sus acuerdos tendrían carácter de informe o petición y, por lo tanto, no serían vinculantes. La cautela parecía lógica, pero pensamos, tal vez de una forma demasiado ingenua, que si en el Consejo se llegaba a acuerdos respaldados por una mayoría amplia, sus resoluciones podrían ser algo más que sugerencias o papel mojado, que es en lo que, al final, en muchas, demasiadas ocasiones se han terminado convirtiendo.
Eso es, o sería lo deseable, la realidad es muy otro el Consejo no genera ideas para la mejora, se tiene que limitar a rubricar con mayor o menor quorum lo que el Gobierno remite al Consejo.
El Consejo de la Ciudad lleva varios años funcionando y aquella ilusión inicial ha evolucionado hacia los siguientes estados de ánimo: en primer lugar, hacia un contenido enfado; a continuación, hacia la decepción y, por último, el peor de todos, la indiferencia.
¿Por qué se ha llegado a esta situación? Hay unas cuantas razones. En su funcionamiento y organización, el Consejo reproduce no solo la representación que las formaciones políticas tienen en el Ayuntamiento –algo que, en principio puede parecer lógico– sino también sus trifulcas y enredos partidistas. De esta forma, el espíritu abierto y la altura de miras que muchos esperábamos que presidieran este foro, han brillado por su ausencia.
Pero con ser esto preocupante, no es lo peor. Como ya ha quedado apuntado, la indiferencia en el propio funcionamiento del Consejo quizá sea el detalle más alarmante. A lo largo de estos años, se han aprobado numerosas resoluciones para intentar construir una Zaragoza mejor, y el resultado casi siempre ha sido el mismo: el olvido.
Los acuerdos se guardan en un cajón y casi nadie los echa de menos. Es difícil hacer un seguimiento porque los órdenes del día suelen moverse más alrededor de intereses cortoplacistas que de visiones y compromisos de futuro. Esta es una realidad que se refleja en otros detalles: el Consejo se ha transformado en un foro donde los partidos reproducen los acalorados debates del pleno municipal, un lugar donde nos vuelven a contar lo que ya se ha aprobado, o no. En definitiva, un escenario donde se traslada la tensión y la crispación que en los últimos años se está viviendo en la Casa Consistorial.
Lo cierto es que esta inoperancia ha empezado a tener consecuencias: cada vez más representantes de la sociedad civil y de las entidades económicas, profesionales y sociales, están decidiendo bajarse del barco, en el último pleno 10 concejales, 1 funcionairo/a y 5 representantes del común. Se nota en el ambiente que el interés y la ilusión iniciales han decaído hasta convertir este órgano en un instrumento absolutamente inoperante. Y a nuestro juicio, solo caben dos soluciones: darlo definitivamente por fallido y liquidarlo, o reformular sus objetivos, composición y cometidos para que verdaderamente cumpla con la función para la que fue creado.
José Luis Rivas
Presidente de la Unión Vecinal Cesaraugusta
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- Tribuna de opinión